TÉ VERDE
Foto: © Dacha Russkiĭ Sekret/Gabriela Carina Chromoy
El Té Verde es, en cierta medida, el «más puro» de los tés habitualmente disponibles en mercado; las hojas son apenas marchitadas antes de fijarse, lo cual logra que el sabor de la hebra sea fiel al de la hoja fresca y mantenga sus cualidades (la epigalocatequina, que es un potente antioxidante, permanece intacta).
El té verde, al igual que el blanco y dorado, no sufre proceso de oxidación, por lo que sus colores son claros y su sabor muy natural. Muchos tés verdes tienen sabores suaves, ligeramente ácidos, de notas herbales o vegetales y la mayoría tiene final seco y levemente astringente: son más parangonables al vino blanco que cualquier otro té.
Debido a su delicada naturaleza, los tés verdes son realmente bastante difíciles de preparar correctamente pero ofrecen una amplia gama de sabores y colores, que bien vale la pena explorar, aunque puede requerir, para apreciarlos, cierta educación de nuestro paladar y, por supuesto, tiempo.
Como consejo inicial: respetar la temperatura del agua y tiempos de infusión que nos da el productor, para lo cual, como siempre debemos calentar el agua hasta el punto de ebullición, un termómetro de cocina es vital; la mayoría de los tés verdes requiere que el agua se enfríe hasta 70/72 °C antes de verterla sobre las hebras y que el tiempo de infusión sea de 1,5 a 2 minutos (aunque hay excepciones).
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