Toda la noche, dando vueltas entre las sábanas, un hombre por fin apoya su cabeza sobre el pecho de su más querida. Escucha la oscuridad total, escucha la respiración de ella y se imagina que es el primer viento de la temporada. Incapaz de dormir, su cuerpo es el bosque a través del cual ese viento se arremolina. Pronto toma conciencia del corazón. Su latido lento evoca a alguien que emprende un viaje. Piensa en pasos, luego en el lento giro rítmico de ruedas sobre una autopista. Si sigue por ese camino, podría llevarlo a un abismo enorme, un lugar seco de buitres y rocas rotas. O, tal vez, continúa, se extiende a través de los años, conduce a una gran pradera. Del otro lado, hay una pequeña dacha donde él y su esposa son muy viejos. Se sientan juntos en el porche, bebiendo té y la luna se mece, como una linterna de papel, sobre la casita.
Pero, por ahora, el hombre se ha dormido. Ese camino desaparece ya y uno nuevo se va formando.
O esto ya pasó. O pasará.
(Lo que sabemos del futuro – Mathew Olzmann)
Cumpleaños de Kolya, listo. Compras, torta, artesanías, té, todo a tiempo. Duele el cuerpo pero se regociga con la satisfacción del deber cumplido, sabiendo que mañana, el príncipe de 7 años, festejará la vida, su vida. Y nosotros también. Me despido de ustedes, por hoy, para sumergirme en el profundo descanso que nos lleva a los mundos y las dimensiones paralelas, con mi vaso de té blanco y LO QUE SABEMOS DEL FUTURO, un relato de Mathew Olzmann.
Perlita: no se pierdan las ilustraciones de Anna Silivonchik, que son pura imagen onírica. ♥ Buenas noches, dachas del mundo.