En una conversación acerca de DaCha, Carlos Braverman* me dijo: “- Eres patéticamente de diáspora” y tengo que reconocer que el término diáspora me encanta, así como me encanta el término secular.
Supongo que los que se acercan a esta Dacha del sur, a leer una nota mía, o son amigos o son amantes del té o son amantes de la cultura y la historia pero no me caben dudas de que todos, absolutamente todos, tienen las mentes y los corazones abiertos para abrazar la diversidad. Y es por eso que les voy a contar esta historia.
¿Ustedes saben desde cuándo hay judíos en China?
Los judíos llegaron a China procedentes del noroeste de la India (天竺, Tiānzhú, «India celestial», como se le llama en tres tallados en piedra encontrados en Kaifeng), donde vivieron durante siglos, tras el Exilio de Babilonia (s. VI a.C.)
Ya antes de 108 a.C. estos judíos habían emigrado hacia la región de Ningxia (en la actual provincia de Gansu) y fueron avistados por el general chino Li Guang, que había sido enviado a invadir la «región occidental» para ampliar las fronteras de la China de la Dinastía Han.
Desde ese momento y, hasta las postrimerías de la Dinastía Tang (900 d.C.), los judíos se dispersaron por China, se casaron con esposas chinas y engendraron hijos «medio chinos, medio bárbaros». Durante la Gran Persecución anti-budista (845-846), el budismo y otras religiones extranjeras, entre ellas, el judaísmo, fueron relegados a las regiones exteriores de China, bajo la supervisión de los kitán (mongoles) y todos los templos fueron quemados para construir, en su lugar, templos confucianos y taoístas.
Los judíos no volvieron a China hasta que el emperador Taizong, de la Dinastía Song (s. X d.C.), un hombre con grandes ansias de conocimiento, envió mensajeros a todas las partes de China para reclutar y aprender de eruditos extranjeros. Según las primeras traducciones de los tallados en piedra, la palabra china Guī (歸), en el discurso del emperador a los judíos, fue traducida como «venir», induciendo a la mayor parte de los historiadores chinos y occidentales a creer que los judíos llegaron a China durante la dinastía Song. Tiberiu Weisz, un profesor de historia hebrea y religión china, la traduce, sin embargo, como «volver», lo que significaría que el emperador era consciente de su estatus de antiguos ciudadanos chinos y que les daba la bienvenida de vuelta a China. El emperador les ofreció la ciudad de Kaifeng, por entonces la ciudad capital, como ciudadanos chinos con todos los derechos y obligaciones, bajo la protección del imperio Song y les permitió continuar con la práctica de la religión de sus ancestros, hecho que se detalla en el segundo y tercer tallados.
Kaifeng alcanzó su máximo esplendor en el siglo XI al convertirse en un importante centro comercial e industrial, localizado en la intersección de cuatro canales destacados. Tuvo un rápido desarrollo comercial, cultural y artesanal. Durante este período, la ciudad estuvo rodeada por tres murallas y su población era de unos 600.000 o 700.000 habitantes lo que, probablemente, la convertía en la ciudad más poblada del mundo.
El esplendor de Kaifeng acabó en el año 1127 cuando la ciudad fue atacada por los Jurchen, que deportaron a la familia real y a la mayoría de los nobles a Manchuria, y que terminaron estableciendo la Dinastía Jin del norte.
Al estar situada en la orilla sur del río Yangtse (Amarillo), Kaifeng sufrió inundaciones desastrosas, que provocaron grandes pérdidas y obligaron a abandonar la ciudad. Fue reconstruida en el año 1662 por el emperador Kangxi de la dinastía Qing y los “judíos de Kaifeng” reconstruyeron su sinagoga y sus casas. Sin embargo, una nueva inundación asoló la ciudad en el año 1841. En 1843 se reconstruyó de nuevo, dando origen al Kaifeng que conocemos hoy día.
Los judíos de Kaifeng se fueron asimilando cada vez más a la cultura china, hasta perder, casi por completo sus costumbres y prácticas religiosas. Peony, una novela histórica de Pearl Buck, ambientada en 1850, da testimonio de esto. La novela sigue a Peony, la sierva China de una prominente familia judía y muestra, a través de sus ojos, cómo la comunidad judía era vista en Kaifeng, en un momento en que la mayoría de los judíos había llegado a pensar en sí mismos como chinos. La novela contiene un amor interracial escondido y muestra la importancia del deber, junto con los desafíos de la vida. Una nota introductoria, antes de la primera página, le adelanta al lector: «Hoy día, incluso el recuerdo de su origen se ha ido. Ellos son chinos.»
EL TÉ EN KAIFENG
Los pueblos de las regiones al sur del Río Amarillo, convidaban a sus invitados con su mejor té y comida, para bendecirlos y como muestra de respeto, desde las dinastías Song y Yuan.
La gente de Hunan ofrecía té con porotos de soja fritos, sésamo y rodajitas de jengibre.
La gente de Hubei solía tomar sólo agua pero agasajaba a sus invitados con té con arroz inflado y malta y, durante el Festival de Primavera, les ofrecía Té Yuanbao, con el objeto de desearles suerte, salud y felicidad para el año entrante; este té se hacía de quinotos (olivas chinas), cortados a lo largo, lo cual les otorgaba la forma de “yuanbao” (lingotes de oro).
Durante la dinastía Song, el pueblo de la ciudad capital de Kaifeng era muy hospitalario y amable. Cuando un residente se mudaba a una casa nueva o llegaba a la ciudad, los vecinos le regalaban té y frutas frescas o lo invitaban a sus casas a “tomar té” en muestra de amistad. Este té se llamaba “zhicha”, que significa “comer el té” porque al finalizar se comían las hebras. El té verde de la región, el Mao Jian, es uno de los más preciados y tradicionales de China, de sabor suave, color claro y aroma ligero (en inglés se lo conoce directamente como tippy green) y sus hebras son tan tiernas y delicadas como cabellos de ángel, por lo que no es de extrañar que les gustara comérselo.
La costumbre de mostrar amistad y respeto a un invitado, ofreciéndole té, se ha preservado hasta nuestros días.
Tantas veces, mi madre me ha dicho que debemos tener algo de chinos, algo de mongoles, que nuestros rasgos no son ni completamente semitas ni completamente caucásicos, que, a veces, parecemos orientales. Tantas veces, yo le respondí: ¿Cómo puede ser que tengamos raíces en China si los bisabuelos y tu papá emigraron hacia Argentina desde Inglaterra, Ucrania, Rusia? Bueno, la parte en que los judíos cruzaron la Manchuria hacia el norte es otro russkii sekret, que será develado oportunamente. A diferencia del HISTORIAS DE HUMO, no podía llamar a este blend «Cuentos chinos», porque esta historia ocurrió de verdad, mucho tiempo atrás, en la Ciudad Imperial de Kaifeng.
Gabriela Carina Chromoy
*Carlos Braverman (Israel): Politólogo y Psicólogo, miembro de la Asociación de Derechos Civiles de Israel. Activista por una coexistencia judéo-árabe mutuamente justa y el altermundialismo. Miembro del Partido Meretz (Partido Socialista de Israel – Tel Aviv). Presidente del Instituto Campos Abiertos (Investigaciones en Ciencias Políticas).
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