No sé si está bien que, para recordar a Bioy, quien hoy cumpliría 98 años, adjunte una de las cartas de amor, de la abundante correspondencia amorosa que mantuvo con Elena Garro a lo largo de dos décadas (1949-1969). No lo hago por morbo, ni por chismosa -debo admitir que leer correspondencia ajena es algo que siento vuelve a la gente indigna, aunque esa correspondencia haya pasado a ser de dominio público-, sino porque la carta en cuestión, además de conmoverme hasta las lágrimas, me abrió la puerta a una nueva comprensión de Bioy (que ya estaba casado con Silvina Ocampo) y a la esencia femenina de Elena. Mucho sabemos de él.
De ella sólo diré que fue una escritora mexicana, que se casó con Octavio Paz, que sufrió la sombra de su genialidad -aunque no se privó de decirle sin cuidar las palabras todo lo que pensaba de él y de su obra-, tuvo una hija con él y se divorció de él en 1959; en 1968, un año antes de terminar su relación con Bioy y a raíz de la masacre de Tlatelolco, la prensa manipuló sus declaraciones en las que ella supuestamente declaraba contra varios intelectuales mexicanos a los que responsabilizó de instigar a los estudiantes, para luego abandonarlos a su suerte; dichas acusaciones le ocasionaron el rechazo de la comunidad intelectual mexicana, lo que la llevó al exilio durante veinte años; su obra toca temas como la marginación de la mujer, la libertad femenina y la libertad política y su figura literaria ha llegado a ser un símbolo libertario.
No los distraigo más en esto y vamos con la carta:
«Mi querida, aquí estoy recorriendo desorientado las tristes galerías del barco y no volví a Víctor Hugo[1]. Sin embargo, te quiero más que a nadie… Desconsolado canto, fuera de tono, Juan Charrasqueado (pensando que no merezco esa letra, que no soy buen gallo, ni siquiera parrandero y jugador) y visito de vez en vez tu fotografía y tu firma en el pasaporte[2]. Extraño las tardes de Víctor Hugo, el té de las seis y con adoración a Helena[3]. Has poblado tanto mi vida en estos tiempos que si cierro los ojos y no pienso en nada aparecen tu imagen y tu voz. Ayer, cuando me dormía, así te vi y te oí de pronto: desperté sobresaltado y quedé muy acongojado, pensando en ti con mucha ternura y también en mí y en cómo vamos perdiendo todo.
Te digo esto y en seguida me asusto: en los últimos días estuviste no solamente muy tierna conmigo sino también benévola e indulgente, pero no debo irritarte con melancolía; de todos modos cuando abra el sobre de tu carta (espero, por favor que me escribas) temblaré un poco. Ojalá que no me escribas diciéndome que todo se acabó y que es inútil seguir la correspondencia… Tú sabes que hay muchas cosas que no hicimos y que nos gustaría hacer juntos. Además, recuerda lo bien que nos entendemos cuando estamos juntos… recuerda cómo nos hemos divertido, cómo nos queremos. Y si a veces me pongo un poco sentimental, no te enojes demasiado…
Me gustaría ser más inteligente o más certero, escribirte cartas maravillosas. Debo resignarme a conjugar el verbo amar, a repetir por milésima vez que nunca quise a nadie como te quiero a ti, que te admiro, que te respeto, que me gustas, que me diviertes, que me emocionas, que te adoro. Que el mundo sin ti, que ahora me toca, me deprime y que sería muy desdichado de no encontrarnos en el futuro. Te beso, mi amor, te pido perdón por mis necedades».
[1]Victor Hugo 199, domicilio en París de la familia Paz-Garro.
[2]Bioy llevaba en su equipaje dos recuerdos: un zapato y el pasaporte de Elena. (Después, Garro le pediría que le devolviera el pasaporte).
[3]Helena Paz, hija de la escritora con Octavio.
- SilvinaOcampo (28/7/1903-14/12/1993)
- Octavio Paz (31/3/1914-19/4/1998)
Espero que esto los anime a ahondar en las vidas de los cuatro escritores en cuestión, releerlos o leerlos por primera vez teniendo en cuenta las fechas de sus obras y vinculándolas con sus estados de ánimo y sus contingencias. Después de todo, la obra de un artista y el modo en que cambia en algo al mundo, es la expresión de lo que pasa en su alma.
Tomemos el té de las seis con ellos. Salud!