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Arte con T

Tomar

domingo, febrero 28th, 2021
Фэнтезийный мир Владимира Федотко.

Cada tanto, sucede. Esa sincronicidad mágica. Una llamada, la conversación sobre mis hebras, la mente puesta en la dacha… y aparecen las palabras. ¡Abracadabra! Me pongo a buscar como loca la imagen que guardé hace mil años en mi lata de delicias, para maridarlas, como el mejor bocado que sigue al sorbo del mejor té.

Les dejo un poema corto y bello de Constanza Iselli y este chaepítie-samovar-tren-reloj-de-mujeres del genial Vladimir Fedotko. Esto también pasará. Mientras esperamos, «tomemos todo el aire que nos queda para respirar».

«me tomo el tiempo
como una tasa de té
cuyo líquido desaparece inmediatamente
cuando ingresa a mi cuerpo y se independiza
performa un recorrido que ignoro
pero que siento sin exactitudes
le pierdo el rastro
y en algún momento, huye de mí»

PORQUE EL TÉ ESTÁ FRÍO.

martes, mayo 3rd, 2016

Minolta DSC

Espejo – Glovackij Narod

Porque el té está frío puede interpretarse de tantas maneras… Porque el té está frío puede ser la transliteración de las lágrimas por quien no llegará a beberlo con nosotros. Y además, hoy es el aniversario del nacimiento de Juan Gelman (la excusa perfecta).

SEFINÍ
Basta por esta noche
cierro la puerta
me pongo el saco
guardo los papelitos donde no hago sino hablar de ti
mentir sobre tu paradero
cuerpo que me has de temblar.
Dejemos esto en claro
si estoy triste estoy triste.
Estoy triste porque no llueve y porque estás lejos
Estoy triste porque el té esta frío y no encuentro las llaves de mi casa
y porque no encuentro ni mis llaves ni mis puertas
Estoy triste porque el aire susurra lejos
y se hace esperar igual que el futuro
Estoy triste porque el destino me propuso
una llamada a los deseos imposibles
y me rehúso a negar la propuesta
y porque la vida se rehúsa a dejar que se vayan lejos
Estoy triste porque no puedo dejar de tener fe en el valor de los débiles y los cobardes
vale decir que venceremos
Estoy triste porque el mundo da sus vueltas
y yo me niego a darme la vuelta y mirar el pasado con ojos de solemnidad
y ganas de destierro
y por los que no pueden hacer las paces con mis antes y sus antes
lejanos hoy
Estoy triste por aquellos que no me dejan descansar en sus olvidos
porque no puedo irme a algún lugar lejano sin dejar espacios vacíos
Estoy triste porque eres humano y así te quiero
con tus fallas, tus arranques estrepitosos y tus cadencias eternas
Estoy triste porque fallas
y porque aseguras mi muerte, y a veces mi vida
pero lo más importante
estoy triste porque no llueve
porque el té está frío
y porque hoy me voy de ti sin ojos solemnes ni ganas de destierro
y porque la nostalgia se hace esperar y no llega
Si estoy triste estoy triste, no me convenzan de lo contrario.
Después de tanto tiempo ahí vuelvo a aparecer… esto es mío.

ACUARELAS, LUZ DE VELAS Y TÉ DE JAZMÍN

martes, marzo 29th, 2016

Kira Mamontoff - Té de jazmines (Acuarela, tinta y lápiz negro sobre Papel Lana 300 grs).

Kira Mamontoff – Té de jazmines (Acuarela, tinta y lápiz negro sobre Papel Lana 300 grs).

Día de festejo por las revoluciones de amores de la vida. Y, en mi costumbre de conjugar los verbos de las artes, aquí van esta acuarela de la talentosísima y preciosa artista plástica Kira Mamontoff, «Té de jazmines», y una poesía de Elmera j. Cartwright, «Candlelight and jazmine tea», que traduje y adapté del inglés.
Porque el té y los jazmines son para compartirse, y las velas para ser sopladas después de impulsar los mejores deseos.

LUZ DE VELAS Y TÉ DE JAZMÍN

La noche está fría, pero mi corazón,
tibio, en este espacio feliz de alegría y encanto,
brinda hospitalidad
con luz de velas y té de jazmín.
La porcelana es frágil, en el mantel de encaje
la plata brilla como rayos de luna de la primavera,
y la noche se mueve de forma exquisita
cuando hay luz de las velas y té de jazmín.
Jengibre confitado y dulces bocados
de pétalos de rosas y violetas
habrá aquí, si compartes conmigo
la luz de las velas y el té de jazmín.
Es la atmósfera donde los corazones
pueden soñar antes de partir,
y el ánimo se vuelve exótico
a la luz de las velas y el té de jazmín.
Hace frío esta noche, pero mi fuego brilla;
hay un cómodo hogar para entibiar tus pies.
Oh, ¡entra ya y comparte conmigo
la luz de las velas y el té de jazmín!

Aquí, el texto original:
The night is chill but my hearth is warm
in this happy room of cheer and charm,
extending hospitality
with candlelight and jasmine tea.
The china is fragile, the sliver gleams
on the lacy cloth like spring moonbeams,
and the evening moves exquisitely
when there’s candlelight and jasmine tea.
Candied ginger and sugared bits
of rose petals and violets
are here if you’ll but share with me
the candlelight and jasmine tea.
It’s an atmosphere where friendly hearts
can expound their dreams before they part,
and the mood is set exotically
with candlelight and jasmine tea.
It is chill tonight but my firelight glows;
there’s a cozy hearth to warm your toes.
Oh, do come in and share with me
the candlelight and jasmine tea.

Madre es verbo.

sábado, octubre 18th, 2014

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Ser madre. Tener las espaldas anchas y las manos dadoras. Madres/mujeres trabajadoras, valientes, fuertes frente a la adversidad. Eso se mama. Eso se mamá, porque mamá es verbo, también. Les dejo un collage de mujeres/madres trabajadoras del té, acompañadas por sus pequeños y un poema de Fang Youjiang. Mañana, para mi madre, Kaifeng Imperial, de DaCha, que es su preferido.
QUE TENGAN UN HERMOSO DÍA. Gaby/DaCha R. S.

«En primavera, la planta mágica brota por todo el valle;
cuando llegue el verano, su calidad mermará.
¿Cuántas de ellas son ‘hijas de visita’ en su casa natal?
En rojos vestidos, salen con sus madres a recoger té.»

Nota: «hijas de visita» se refiere a las visitas periódicas que las mujeres casadas hacían a la casa de sus padres. El matrimonio virilocal (la mujer residiendo con la familia de su esposo) era la norma en la China Imperial.

COMPARTIR LOS DULCES BESOS: UN BUEN SELLO EN EL LIBRO DE LA VIDA

viernes, octubre 3rd, 2014

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Hay días en que deberíamos estar contentos y, sin embargo, las cosas de la vida hacen que estemos un poco tristes. Esos días es lícito tomarse el té con un terrón de azúcar entre los dientes. Entre otras cosas, sólo el intento nos obliga a sonreir Hoy es el Día del Odontólogo y el Día del Perdón y, para mí, un día de duelo, así que quise traducirles parte de un texto de la escritora Miriam Leberstein que me pareció precioso para antes de entrar en el ayuno y el recogimiento absolutos. Aquí va:

«Para muchos judíos de Europa del Este, la celebración de las fiestas estaba ligada a terrones de azúcar y té…Y de hecho, la tradición del té y el azúcar se extiende más allá de los días de fiesta. Al igual que muchos inmigrantes judíos de Europa del Este, mis padres sorbían el té de sus vasos a través de un pedazo de azúcar sostenido entre los dientes. Así que me divirtó bastante encontrar que, en su nueva versión de «Crimen y castigo», los traductores de Dostoievski, Richard Pevear y Larissa Volokhonsky, consideraran necesario poner una nota al pie de un pasaje que describe a un personaje como ‘chupando el té … a través del azúcar’, explicando esta práctica al resto del mundo de habla Inglesa. Me molestó, sin embargo, que la nota lo caracterizara como una ‘forma de la clase baja o de los pobres’ de tomar la bebida, con el propósito de ahorrar el azúcar. Yo no podría hablar por las otras naciones que se entregan a esta práctica -rusos, rumanos, iraníes, kurdos y azeríes, por nombrar algunos-. Pero, al menos en el caso de los judios, me imaginaba que había más que una simple razón económica detrás del hábito de tomar el té a través del azúcar.

Sin duda, probablemente fue la necesidad el origen del invento. La Tradición judía reconoce que el propio estilo de beber té puede depender de la propia fortuna. Una canción popular en idish pregunta: ‘¿Cómo bebe el zar su té?’ Y responde, ‘Toma un pan de azúcar, le cava un agujero, vierte dentro agua hirviendo, y mezcla y mezcla.’ No hay sorbidos cautelosos a través de un terroncito para los ricos y poderosos. (¿Las papas del zar? Según la misma canción, se disparaban desde un cañón, a través de una pared de mantequilla, directo a su boca.)

Por otro lado, para los realmente pobres, incluso un terroncito de azúcar propio para chupar era un lujo inalcanzable. ‘Éramos tan pobres,’ mi tía Malka me confesaba, ‘que colgábamos un terrón de azúcar sobre la mesa y lo mirábamos mientras nos bebíamos el té solo.’ Yo no entendí esto como una hipérbola hasta años más tarde, cuando escuché una variante irlandesa que describe al plato de papas ‘y punto’, en la que los comensales comen sus papas sin nada más, mientras miran un trocito de tocino suspendido sobre la mesa.

Pero los judíos tienen un talento especial para hacer una virtud de la necesidad -especialmente cuando, como en este caso, la práctica es una virtud en sí misma-. Al igual que muchas otras formas de cocinar que nacen de la escasez, el sabor supera a las opciones más lujosas. Al decir de Pushkin, ‘El éxtasis es un vaso de té y un trozo de azúcar en la boca.’

Entre judíos, sin embargo, la costumbre parece ser más que una cuestión de gusto. Se convirtió en una parte intrínseca de la vida judía de Europa del Este, una realización de la cultura, como el té de la tarde inglés, o la ceremonia del té japonesa. Tal vez, porque el té era tomado en raros momentos de ocio que proporcionaban la ocasión para la reflexión, tal vez, porque a menudo era una actividad compartida que fomentaba la comunicación, que a menudo sirve como conducto para la transmisión explícita o implícita de los valores judíos.

Hay un sinnúmero de historias y recuerdos de la vida judía en el país de origen o en la América inmigrante que incluyen una escena de tomar el té, en general con referencias a los valores judíos bebidos junto con el té. Así, para Alfred Kazin, en ‘Un caminante en la ciudad’, el consumo de té las noches de los viernes en la cocina de Brownsville de su infancia, fue la ocasión para vivas discusiones sobre el socialismo entre una joven prima y sus amigos, por lo que el niño llegó a la conclusión de que ‘el socialismo debía ser un largo shabat alrededor del samovar.’ Rachel Naomi Remen, en ‘Las bendiciones de mi abuelo’, recuerda beber el té, a la tarde, con su abuelo observante, que aprovechaba la ocasión para transmitirle la tradición judía ignorada por sus padres seculares.

¿Qué lección específica puede transmitir el terrón de azúcar? El difunto Joseph Murphy, ex rector de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, una vez contó una historia maravillosa sobre el consumo de té a través del azúcar con su abuelo materno idish-parlante…Queriendo emular al hombre de más edad, el pequeño Joseph, en el regazo de su abuelo, le pidió un pedacito de azúcar. El abuelo lo invitó a compartir la pieza sujetada entre sus propios dientes, y le advirtió no tomar más de la mitad. De esta manera, decía Murphy, le fue enseñada una lección sobre el consumo de té, una lección sobre besar y una lección de yoysher (equidad), todo al mismo tiempo.»

Así que este Iom Kipur, como judía les digo que no se olviden del azúcar en su DaCha antes del ayuno, como dentista les recomiendo cepillarse los dientes azucarados, y como hija, qué les puedo decir del hombre que era capaz de ponerse hasta un pedacito de sacarina en su propia boca con tal de no arruinarme el mate.

Buen fin de semana para todos.
Que seamos sellados en el Libro de la Vida.

Gabriela – DaCha RS

Fotografía: Sasha Martin

EL TÉ Y LA CLASE OBRERA EN GRAN BRETAÑA (Traducción: Gabriela Chromoy)

miércoles, agosto 6th, 2014

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La clase obrera tomaba el té en un contexto cultural diferente al de la burguesía. Miles trabajaban en las fábricas que eran propiedad de -o estaban administradas por- los maridos de las mujeres de clase media que ofrecían “tea parties” en sus casas.

El Té, para la clase obrera, era una sustancia que constituía un descanso del trabajo, un breve tiempo de descanso para socializar con los demás trabajadores y juntar fuerzas para terminar el día. No sólo era un recreo del trabajo, sino que la cafeína y el azúcar del té caliente daban la sensación de haber comido algo. El té hacía que cualquier alimento pareciera una comida caliente, y era bebido en grandes cantidades entre la clase obrera, como antes se bebía cerveza. ¿Por qué este cambio de bebidas alcohólicas tradicionales por té, una bebida que había sido un lujo extranjero durante los dos últimos siglos?

Las clases trabajadoras consumieron té desde el siglo XVIII, como indica un panfleto escrito en 1765 contra el uso de té, ya que creaba mucho gasto para el reino, en el que era «…el lujo común de todas las camareras, costureras y las esposas de los comerciantes, tanto en la ciudad como en el campo…»(Swift 1765: 199). Sin embargo, el té no llegó a estar ampliamente disponible y asequible, para las clases trabajadoras, hasta mediados a finales del siglo XIX.
Por el 1830, el té era un «lujo» necesario para muchos en la clase obrera (Harrison, 1971: 38). Los años 1870 y 1880 marcaron la introducción de té negro barato de Sri Lanka en el mercado de Gran Bretaña. Esto, sumado al aumento en el comercio de las carabelas de té que se inició en las décadas de 1830 y 1840, ayudó a que el precio del té fuera relativamente bajo. A mediados del siglo XIX, un nuevo énfasis en la moralidad dio origen al movimiento popular antialcohólico, y la clase trabajadora necesitó encontrar un sustituto barato del alcohol. El Té barato llegó exactamente en el momento preciso de la historia para ocupar este lugar.

El movimiento antialcohólico tuvo sus inicios en 1791, cuando un grupo de cuáqueros se unió a otros en contra de la esclavitud y se abstuvo del consumo de azúcar y ron, ya que ambas sustancias eran producidas por mano de obra esclava. El movimiento se expandió, incluyendo la abstinencia de todas las bebidas alcohólicas. El té fue elegido como una de las bebidas alternativas al alcohol, posiblemente en relación a la elección previa que Catalina de Braganza hizo del té como sustituto del mismo.

Antes del siglo XVIII, el alcohol era una de las pocas bebidas no contaminadas a disposición de la clase obrera. Las fuentes de agua eran, a menudo, impuras y difíciles de obtener, y la leche no se trataba adecuadamente a fin de evitar el crecimiento de bacterias. A principios del 1800, comenzó el suministro de agua a través de cañerías de agua limpia; el agua llegó, entonces, a mayor número de personas que nunca antes. En 1840, el movimiento antialcohólico se había convertido en un poderoso movimiento de la clase obrera, y si bien había soda y cerveza de jengibre, éstas eran más costosas que el té, por tanto el consumo de té per cápita aumentó considerablemente (Harrison, 1971: 38-100).

En el Siglo XIX, la dieta de la clase obrera era extremadamente mala. Los salarios más altos del siglo XVIII no continuaron en el siguiente, y la desnutrición entre la clase obrera era un gran problema, ya que las principales fuentes de nutrición eran el pan, las papas y el té fuerte. Para 1871 la persona británica promedio consumía cerca de cuatro libras (casi dos kilos) de té en un año (Drummond y Wilbraham 1939: 390).

El consumo de té entre las clases trabajadoras era muy diferente de la compleja serie de etiquetas que rodeaban al té en la burguesía. Había cierto grado de emulación de la burguesía tanto en el cambio de alcohol por té como en el consumo de té sobre otras bebidas disponibles. Sin embargo, la forma en que el té se bebía y el significado que se le daba a su consumo eran completamente diferentes para la clase obrera.

El High Tea (Té cena), que mucha gente confunde con el Afternoon Tea (té de la tarde), tomó el lugar de la cena, cuando no podía accederse a una adecuada comida caliente. El High Tea era una comida familiar que se llevaba a cabo en algún momento entre las 5 y las 7 de la tarde. Era mucho más sustancioso que los pocos sándwiches y pasteles servidos en un Afternoon Tea de la burguesía. Se servían uno o dos pequeños platos calientes junto con carnes frías como pollo, jamón, carnes de caza, ensalada y pasteles o tartas. El Té se convirtió en parte de una comida más grande, esfumándose en un segundo plano al pasar de la mesa al aparador.

Para los miembros de la clase obrera, el té no fue un artículo de lujo, sino una necesidad diaria.

Fuente: Kendra Wilhelm

Obra: Thomas Benjamin Kennington: Chatterboxes

El Protocolo del Té: un tapón de estancamiento sobre el progreso de las mujeres.

miércoles, julio 16th, 2014

Un Mundo Femenino: Cómo el Té de la Tarde Definió y Anuló  a las Mujeres de Clase Media de la Era Victoriana. (de Mary E. Hith – Traducción: Gabriela Carina Chromoy)

«La etiqueta era esa regla de conducta que fue reconocida por la sociedad bien educada, y a la que todos los que deseaban ser admitidos en los círculos de moda tuvieron que someterse.» [1]
Las mujeres inglesas de la era victoriana, como sugiere  este consejo  de 1856 del  Manual de Etiqueta para Damas, debían » prestar especial atención a las normas de etiqueta. Su posición en la sociedad así lo exigía»[2]. Esto era la vida para las mujeres de clase media de la Inglaterra victoriana. La Corrección lo era todo, y nada era más adecuado que una taza de té inglés. Con la ayuda de libros de etiqueta, las mujeres manejaban el hogar a través de rituales como las reuniones de té (tea parties), los días de visita, y la charla de té (tea conversation). Sin embargo, mientras que el ritual del té ayudó a definir y reforzar las expectativas sociales de la mujer de clase media y sus obligaciones domésticas, la costumbre del té también detuvo su progreso.

El té no fue dominio elegido de la mujer; en realidad, su adopción del ritual del té fue el resultado de la subordinación femenina al mundo masculino. El café y el té, como bebidas sociales, se introdujeron en el Reino Unido aproximadamente al mismo tiempo. La primera casa de café se estableció en Oxford en 1654.[3]  Tan sólo diez años después, Catalina de Braganza, la esposa portuguesa del rey Carlos II, presentó nuevamente ante la Corte, al té, que se utilizaba medicinalmente, como una bebida placentera.[4]  Las mujeres, legalmente excluidas de las casas de café, copiaron a la sociedad cortesana, y el té nació como una bebida femenina.[5] Aunque la cultura del té se iría desarrollando durante los siguientes 200 años, la «reunión de té» protocolar nació de las necesidades específicas de la sociedad victoriana.

Llamado así por el reinado de la reina Victoria, la Era Victoriana duró desde 1837 hasta 1901.[6]  La Segunda Revolución Industrial o la Revolución Tecnológica, trajo un cambio rápido a Inglaterra en la segunda mitad del S. XIX.[7] La introducción de fábricas modernas fue el mayor cambio, y dio por resultado un crecimiento de las ciudades y lugares de trabajo cada vez más caótico.[8]  La industrialización, con su creciente economía, también ayudó a aumentar y fortalecer a la clase media.[9]  Desde el comienzo de la era hasta el final, esta clase pasó de ser el quince al veinticinco por ciento de la población.[10] El problema con la clase media era su relativamente nueva posición en una sociedad estrictamente estratificada.[11] Las mujeres, económicamente dependientes del patriarcado, no tenían necesidad de trabajar y podían darse el lujo de tener sirvientes para cuidar de las tareas domésticas.[12] Sin embargo, a diferencia de la clase alta, la clase media no podía permitirse distracciones para ocupar este nuevo tiempo libre.[13]  Aburridas y excluidas de la esfera pública, las mujeres de clase media encontraron un nuevo propósito en el único lugar en el que tenían poder: el hogar. En consecuencia, las mujeres no eligieron totalmente la nueva misión femenina, sino que hicieron todo lo posible para ejercer el poder dentro de los confines de su rol social.

Jane Maria Bowkett - Time for Tea

Jane Maria Bowkett – Time for Tea

A medida que Inglaterra se iba desarrollando durante la Revolución Industrial, también crecía el miedo de que la sociedad, en rápida evolución, pusiera en peligro al sistema patriarcal.[14] Los avances tecnológicos permitieron a las mujeres participar en el trabajo manual junto a los hombres, lo cual era toda una amenaza a los roles de género tradicionales.[15] Con esta cambiante esfera pública, la vida en el hogar era vista como el medio para estabilizar a la sociedad.
El Té, durante mucho tiempo dominio de las mujeres, fue un método utilizado para tal causa. Los hombres escribieron manuales de etiqueta sobre el comportamiento de las mujeres, que incluían a la cultura del té, para dar instrucciones específicas acerca de cómo los hombres pensaban que las mujeres debían comportarse. Los libros estaban exclusivamente destinados a la clase media, ya que las mujeres de clase baja no tenían tiempo para el absurdo de la etiqueta, y la clase alta era adoctrinada desde el nacimiento.[16] La clase media estaba a la vez preocupada por el comportamiento apropiado y fascinada por la vida de la élite, por lo que el manual se convirtió en un elemento básico en toda casa.[17] Los libros contenían todos los aspectos concernientes a la buena hospitalidad y al comportamiento apropiado.

Las Tea Parties (reuniones de té) eran consideradas las actividades menos formales, más amables y agradables de todas las de la casa.[18] Como el manual de etiqueta Hábitos de la Buena Sociedad describía, el «principal encanto residía en que un tea-party podía ser organizado con dos o tres días de anticipación.»[19] A pesar de que las invitaciones de palabra eran aceptables para reuniones más pequeñas con amigos cercanos, las cartas o tarjetas eran la forma apropiada de invitar a una fiesta.[20] Las tarjetas eran exclusivas de la cultura victoriana. Eran utilizadas para expresar la amistad femenina sin mostrar emoción desmedida o desubicación.[21] Para la clase media, las tarjetas eran el medio para acceder a los círculos sociales de élite, al mismo tiempo que descartaban compañías indeseables.[22] Al igual que las invitaciones, las tarjetas listaban de forma clara y simple los detalles de la reunión.[23] La hora del té era de cuatro a siete de la tarde, aunque «uno rara vez se presentaba antes de las cuatro y media.»[24]  Si uno no podía asistir a la reunión, debía enviar una simple tarjeta rechazando cortésmente la invitación.[25] Las notas en respuesta debían ser enviadas únicamente si uno se excusaba de ir.[26] Aunque las reuniones de té eran vistas como asuntos formales menores, como el protocolo de las invitaciones demuestra, estaban montadas de manera estructurada y protocolar. Además de dar a las mujeres algo que hacer, esta ritualización se convirtió en un hábito diario necesario, lo que les hacía más difícil a las mujeres salir de la esfera doméstica.

El Protocolo, en su forma más escrupulosa, se daba en la reunión misma. Un Manual de Etiqueta para Damas decía que la «manera más agradable para tomar el té de la tarde, era a invitar a algunas pocas amigas que se conocieran todas una a la otra.»[27] Estas reuniones pequeñas se llevaban a cabo, por lo general, durante la semana, entre amigas mujeres.[28] Requerían de mínimos preparativos a excepción de «tazas de té extra y pan y manteca.»[29]  Reuniones más grandes, para treinta a cincuenta personas, requerían «café, tortas, galletas, y en verano, hielo y copas claret.»[30] El libro era tan detallado que incluso enseñaba dónde debían ser colocados los refrescos. Las bebidas debían ser servidas en el extremo del comedor, mientras que los camareros asistían la otra parte de la mesa, en donde estaba la comida.[31] Las damas siempre debían sentarse, y los hombres recibían asientos cuando era posible.[32] Cuando hacía buen tiempo, si la anfitriona tenía espacio al aire libre, «una banda debía ubicarse bajo el árbol y los refrigerios debían ser servidos en varias carpas y marquesinas esparcidas por los jardines.»[33]  El libro incluso recomendaba ciertos tipos de porcelana y decoraciones. Las anfitrionas debían armar mesas de dos niveles, platos con proyecciones en forma de abanico, y nunca utilizar manteles blancos.[34] En general, estaban descriptos todos los tipos de eventos con té, dando a las mujeres todas las herramientas para ofrecer la fiesta de té ideal.

Alexander Rossi

Alexander Rossi

Además de las fiestas de té, éste también se consumía en los días de visita de la dama. Una dama reservaba un día por semana para quedarse en casa y recibir visitas.[35] Las mujeres hacían llevar una carta a sus sirvientes hasta la puerta, y si eran recibidas, visitaban a la anfitriona.[36] Una visita nunca debía superar los treinta minutos, el sombrero y el chal debían dejarse colocados, y las mujeres no podían discutir.[37] Para no perder la noción del tiempo, la visita comenzaba con una taza de té y terminaba cuando la taza se vaciaba.[38] Como las fiestas de té, las visitas requerían tiempo y estaban bien estructuradas.[39] Esta exactitud hacía que todos los eventos de té fueran uniformes, independientemente de la anfitriona.[40] La construcción de idénticas vidas hogareñas daba la tranquilidad al hogar de que el comportamiento de las mujeres era correcto y por lo tanto no corrompido por los cambios de la Revolución Industrial.[41] Si bien los manuales describían mucho más que la etiqueta del té, el té se consideraba un capricho decente, y por lo tanto, toda etiqueta relacionada a su consumo era esencial e importante para la preservación de una sociedad correcta.[42] El ritual del té se convirtió en la piedra angular de la construcción de tal sociedad.

Aparte de estabilidad, la mesa de té también daba, a las mujeres de clase media, un espacio para comunicarse. Excluidas de la vida pública, sin necesidad de trabajar pero sin el dinero suficiente para asistir constantemente a entretenimientos formales, las mujeres tenían pocas oportunidades de interactuar y hablar con otros, fuera de la familia. Sin embargo, el arte de la conversación se consideraba «esencial en la alta sociedad.»[43]  Al hacer de la conversación una parte tan importante de la mesa de té, las mujeres eran instruidas en que el hablar era sólo aceptable en esos ámbitos aprobados por la sociedad. Mientras se disfrutaba del té, la conversación era un entretenimiento aceptable.[44]  Antes de la época Victoriana en Inglaterra, la conversación a la mesa de té, era mucho más liberal. Causas sociales, como la abolición, se habían convertido en la misión de la mujer de clase alta.[45] De hecho, la Ley de Abolición de la Esclavitud de 1833 se aprobó con la ayuda de las mujeres.[46] Pero a medida que la clase media crecía y desarrollaba su propia y única cultura del té, la discusión de tales asuntos polémicos se empezó a considerar impertinente. [47] Las verdaderas damas evitaban «el escándalo, el chismerío, y la duplicidad.»[48] Por sobre de todo, las mujeres no debían discutir ninguna cosa que pareciera «de mal gusto a la señora de la casa.»[49] Esto dejaba a la mujer con tan sólo inocentes temas como la literatura o la música.[50] De este modo, entrenadas para hablar sólo acerca de lo que la sociedad aprobaba y cuando la sociedad lo aprobaba, las conversaciones de las mujeres eran muy limitadas.

Aunque las niñas no recibían una educación comparable a la de los varones, las mujeres por lo menos necesitaban un poco de ilustración con el fin de conversar en la buena sociedad. [51] Las jovencitas estudiaban temas no controversiales, como geografía y literatura popular, para poder tener algo que aportar a las conversaciones de la mesa de té.[52] A pesar de estas limitaciones, los libros de etiqueta aún desconfiaban de la educación femenina. Como Un Manual de Etiqueta explicaba, «con el fin de conversar agradable y comprensiblemente, una mujer debe cultivar su intelecto, no con la idea de convertirse en una intelectual o una pedante, sino para dejar una sociedad agradable y provechosa para los demás.»[53] Como el mundo intelectual era el mundo público (de los hombres), se consideraba a las mujeres que se jactaban de inteligentes de sobrepasar los límites de la sociedad.[54] La educación femenina era vista como peligrosa, ya que igualaba a los dos sexos, y daba a las mujeres las herramientas para trabajar junto a los hombres.[55]

Five O’Clock Tea by Julius LeBlanc Stewart

Five O’Clock Tea by Julius LeBlanc Stewart

La razón de este temor era que las fronteras del género eran necesarias para mantener la paz del hogar.[56] Mientras los hombres eran los amos económicos y jurídicos de sus esposas, las mujeres gobernaban el espacio doméstico.[57] En la mesa de té, como describía La Anfitriona y las Invitadas, las mujeres estaban a cargo, ya que «la mesa de té debiera ser atendida por la dueña de casa o sus hijas.»[58] Recibir se consideraba un alto honor y daba a las mujeres una pequeña sensación de poder en un mundo diseñado en contra del avance femenino.[59] Por el contrario, los hombres no participaban en los rituales del té. Después de la cena, mientras que las mujeres tomaban té, los hombres se retiraban a beber oporto y fumar.[60] Esta separación de género era una distinción importante. Como afirmaba La Anfitriona y las Invitadas, «los caballeros no apreciaban las reuniones de té.»[61] El té era territorio de las mujeres, y reforzaba su posición en la esfera privada.

El ritual del té se convirtió, de este modo, en un vehículo para que las mujeres se anclaran a un ciclo perpetuo de regresión. El mundo doméstico daba a las mujeres pequeños poderes con el fin de ocupar su tiempo en la falsa noble causa de una sociedad estable y moral. Las mujeres sostenían este mensaje, enseñando a sus hijas que «nunca es demasiado pronto para que una mujer aprenda que su primer deber social es no ser un estorbo.»[62] Al regular la forma en que todas las mujeres debían recibir, comportarse y comunicarse, la cultura del té era la de la sumisión y el entrampamiento. En consecuencia, el sometimiento de la mujer se convirtió en el resultado de sus propias acciones.

Mientras las mujeres entraban a un ciclo perpetuado por el Protocolo, el origen de la dicotomía equidad-corrección asfixiante, en la Inglaterra Victoriana, fue la sociedad dominada por los hombres. El manual esencial llevó a las mujeres de clase media a regular y restringir sus comportamientos para encajar en lo que los hombres imaginaban como la mujer doméstica ideal. Las reuniones de té y los días de visita, exclusivos de la Inglaterra Victoriana, llevaron a que las mujeres perdieran libertades de manera inconsciente. La limitada charla de la mesa de té ahogaba la expresión de las mujeres y exigía una educación femenina simplificada. Fundamentalmente, el concepto mismo de mujeres que sirven a los demás como anfitrionas perpetuas, las redujo al estatus de siervas dentro de su propia casa. Los libros de etiqueta describen a la Inglaterra Victoriana como un tiempo de gracia y de cultura. Sin embargo, en realidad, esos libros protocolares eran manuales masculinos de instrucciones, que convirtieron a la propia bebida de las mujeres en el medio para mantenerlas subordinadas en un mundo cambiante. El Protocolo del té, con toda su grandeza, debe ser recordado por lo que realmente fue: el tapón de estancamiento sobre el progreso de las mujeres.

An-interesting-letter-1890 Julius LeBlanc Stewart

An-interesting-letter-1890 Julius LeBlanc Stewart


[1] A Lady, A Manual of Etiquette For Ladies: OR, The Principles of Politeness (London: T. Allman & Sons, 1856), 3.

[2] Ibid.

[3] Gertrude Thomas. Richer Than Spices: How a Royal Bride’s Dowry Introduced Cane, Lacquer, Cottons, Tea, and Porcelain to England, and So Revolution (New York: Alfred A Knopf, 1965), 25.

[4] Ibid

[5] Ibid

[6] Sally Mitchell, Daily Life In Victorian England (Westport: Greenwood Press, 2009), 2.

[7] Ibid

[8] Ibid, 89

[9] Ibid

[10] Ibid, 20

[11] Ibid, 153

[12] Ibid

[13] Ibid, 146

[14] Julie Fromer. A Necessary Luxury: Tea in Victorian England (Ohio: Ohio University Press, 2008), 13.

[15] Mitchell, Daily Life, 20.

[16] Ibid

[17] Ibid

[18] The Habits of Good Society: A Handbook of Etiquette for Ladies and Gentlemen With Thoughts, Hints, and

Anecdotes (London: Virtue & Co., 1875) , 14.

[19] Ibid

[20] Ibid

[21] Ibid

[22] Mitchell, Daily Life in Victorian England, 162.

[23] Ibid

[24] The Hostess and Guest. A Guide to the Etiquette of Dinners, Suppers, Luncheons, The Precedence of Guests, Ect.Ect. (London: Ward, Lock, and Co., 1878), 53.

[25] The Habits of Good Society, 14.

[26] Ibid

[27] A Lady, A Manual of Etiquette, 51.

[28] Ibid

[29] Ibid

[30] ibid

[31] Ibid

[32] The Habits of Good Society, 14.

[33] A Lady, A Manual of Etiquette, 51.

[34] Ibid, 55

[35] Ibid., 19.

[36] Ibid

[37] Ibid

[38] Ibid

[39] Mitchell, Daily Life, 20.

[40] Ibid., 153.

[41] Ibid

[42] Ibid

[43] A Lady, A Manual of Etiquette, 22.

[44] Mitchell, Daily Life, 21.

[45] William Cowper, A Subject For Conversation and Reflection at the Tea Table (London: s.n., 1788), 2.

[46] Fromer, A Necessary Luxury, 239.

[47] A Lady, A Manual of Etiquette, 23.

[48] Ibid., 22.

[49] Ibid., 19.

[50] Ibid

[51] Mitchell, Daily Life, 21

[52] Ibid

[53] A “blue-stocking” was a derogatory term for an intellectual or literary woman. See Annie Edwards, A Blue-

Stocking (London: s.n., 1877), 2. Similarly, a “pedant” was one who displayed academic learning. See The New Encyclopedia Britannica, s.v. “pedant”. A Lady, A Manual of Etiquette, 24.

[54] Mitchell, Daily Life, 145.

[55] Ibid., 267.

[56] Fromer, A Necessary Luxury, 89.

[57] Mitchell, Daily Life, 146.

[58] The Hostess and Guest, 56.

[59] Ibid

[60] Fromer, A Necessary Luxury, 7.

[61] The Hostess and Guest, 52.

[62] Ibid., 25.

Fuente: Heath, Mary E. (2012) «A Woman’s World: How Afternoon Tea Defined and Hindered Victorian Middle Class Women,» Constructing the Past: Vol. 13: Iss. 1, Article 1. Available at: http://digitalcommons.iwu.edu/constructing/vol13/iss1/1

High Tea: el Té de la Clase Trabajadora

viernes, julio 4th, 2014

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GUUUUUUDMOOOORNING! Después de tantos días de ausencia, me meto a la bañera y abro este fin de semana con una obra de la, para mí, revolucionaria Lee Price, que retrató inteligente y magníficamente la difícil relación que tenemos las mujeres con nuestro cuerpo, nuestra imagen, nuestro rol, la comida y la bebida. ¿Por qué? Porque quiero proponerles una novela, también, revolucionaria. Quiero proponerles meternos en La Historia. Sí, otra vez. Pero esta vez, con una historia de las tantas de la Gran Historia que se llamó Revolución Industrial. Elegí, para eso, a Elizabeth Gaskell, una de las mejores y más críticas escritoras «feministas» de la Inglaterra del Siglo XIX. Quiero mostrarles que el té inglés no es, solamente, el faifoclokchí de puntillas y sombreros; que hubo un té inglés más lavado, bebido con algo de azúcar, y preparado con agua hervida como única forma de obtener una bebida no contaminada que no fuera cerveza, acompañado, con suerte, con los únicos bocados del día, antes de irse a dormir, y que era (y, en algunos lugares, todavía es) el té de la clase trabajadora. La novela es «MARY BARTON», y nos va a contar muchas, muchísimas cosas que, les aseguro, nos van a conmover hasta las tripas. Comenzaremos, si me acompañan, luego de las Vacaciones de Invierno de los chicos. Mismo formato: Té literario, en entregas, con final feliz ya veremos dónde.
«…Pero estoy seguro de esto: cuando Dios concede una bendición, ésta siempre lleva implícito un deber; y el deber de quienes son felices es ayudar a los que sufren a sobrellevar su aflicción.»

PASCUA EN LA DACHA

domingo, abril 20th, 2014

Андрей Саратов Пасхальный натюрморт.

Llegamos a los días de Pascua. Como es nuestra costumbre, en la DaCha, compartimos té, arte, lectura, reflexión. Gracias a una cita David Mitchell, de la película Cloud Atlas, me acordé de este cuento corto, esta historia chiquita, de Chéjov, que el escritor confesó su preferida. La cita de David Mitchell es ésta: «Nuestras vidas no son nuestras. Estamos unidos a otros, pasado y presente. Y en cada crimen y cada gentileza, parimos nuestro futuro.» El cuento de Chéjov es éste:

EL ESTUDIANTE

En principio, el tiempo era bueno y tranquilo. Los mirlos gorjeaban y de los pantanos vecinos llegaba el zumbido lastimoso de algo vivo, igual que si soplaran en una botella vacía. Una becada inició el vuelo, y un disparo retumbó en el aire primaveral con alegría y estrépito. Pero cuando oscureció en el bosque, empezó a soplar el intempestivo y frío viento del este y todo quedó en silencio. Los charcos se cubrieron de agujas de hielo y el bosque adquirió un aspecto desapacible, sórdido y solitario. Olía a invierno.
Iván Velikopolski, estudiante de la academia eclesiástica, hijo de un sacristán, volvía de cazar y se dirigía a su casa por un sendero junto a un prado anegado. Tenía los dedos entumecidos y el viento le quemaba la cara. Le parecía que ese frío repentino quebraba el orden y la armonía, que la propia naturaleza sentía miedo y que, por ello, había oscurecido antes de tiempo. A su alrededor todo estaba desierto y parecía especialmente sombrío. Sólo en la huerta de las viudas, junto al río, brillaba una luz; en unas cuatro verstas a la redonda, hasta donde estaba la aldea, todo estaba sumido en la fría oscuridad de la noche. El estudiante recordó que cuando salió de casa, su madre, descalza, sentada en el suelo del zaguán, limpiaba el samovar, y su padre estaba echado junto a la estufa y tosía; al ser Viernes Santo, en su casa no habían hecho comida y sentía un hambre atroz. Ahora, encogido de frío, el estudiante pensaba que ese mismo viento soplaba en tiempos de Riurik, de Iván el Terrible y de Pedro el Grande y que también en aquellos tiempos había existido esa brutal pobreza, esa hambruna, esas agujereadas techumbres de paja, la ignorancia, la tristeza, ese mismo entorno desierto, la oscuridad y el sentimiento de opresión. Todos esos horrores habían existido, existían y existirían y, aun cuando pasaran mil años más, la vida no sería mejor. No tenía ganas de volver a casa.
La huerta de las viudas se llamaba así porque la cuidaban dos viudas, madre e hija. Una hoguera ardía vivamente, entre chasquidos y chisporroteos, iluminando a su alrededor la tierra labrada. La viuda Vasilisa, una vieja alta y robusta, vestida con una zamarra de hombre, estaba junto al fuego y miraba con aire pensativo las llamas; su hija Lukeria, baja, de rostro abobado, picado de viruelas, estaba sentada en el suelo y fregaba el caldero y las cucharas. Seguramente acababan de cenar. Se oían voces de hombre; eran los trabajadores del lugar que llevaban los caballos a abrevar al río
-Ha vuelto el invierno -dijo el estudiante, acercándose a la hoguera-. ¡Buenas noches!
Vasilisa se estremeció, pero enseguida lo reconoció y sonrió afablemente.
-No te había reconocido, Dios mío. Eso es que vas a ser rico.
Se pusieron a conversar. Vasilisa era una mujer que había vivido mucho. Había servido en un tiempo como nodriza y después como niñera en casa de unos señores, se expresaba con delicadeza y su rostro mostraba siempre una leve y sensata sonrisa. Lukeria, su hija, era una aldeana, sumisa ante su marido, se limitaba a mirar al estudiante y a permanecer callada, con una expresión extraña en el rostro, como la de un sordomudo.
-En una noche igual de fría que ésta, se calentaba en la hoguera el apóstol Pedro -dijo el estudiante, extendiendo las manos hacia el fuego-. Eso quiere decir que también entonces hacía frío. ¡Ah, qué noche tan terrible fue esa! ¡Una noche larga y triste a más no poder!
Miró a la oscuridad que le rodeaba, sacudió convulsivamente la cabeza y preguntó:
-¿Fuiste a la lectura del Evangelio?
-Sí, fui.
-Entonces te acordarás de que durante la Última Cena, Pedro dijo a Jesús: «Estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte». Y el Señor le contestó: «Pedro, en verdad te digo que antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces». Después de la cena, Jesús se puso muy triste en el huerto y rezó, mientras el pobre Pedro, completamente agotado, con los párpados pesados, no pudo vencer al sueño y se durmió. Luego oirías que Judas besó a Jesús y lo entregó a sus verdugos aquella misma noche. Lo llevaron atado ante el sumo pontífice y lo azotaron, mientras Pedro, exhausto, atormentado por la angustia y la tristeza, ¿lo entiendes?, desvelado, presintiendo que algo terrible iba a suceder en la tierra, los siguió… Quería con locura a Jesús y ahora veía, desde lejos, cómo lo azotaban…
Lukeria dejó las cucharas y fijó su inmóvil mirada en el estudiante.

-Llegaron adonde estaba el sumo pontífice -prosiguió- y comenzaron a interrogar a Jesús, mientras los criados encendieron una hoguera en medio del patio, pues hacía frío, y se calentaban. Con ellos, cerca de la hoguera, estaba Pedro y también se calentaba, como yo ahora. Una mujer, al verlo, dijo: «Éste también estaba con Jesús», lo que quería decir que también a él había que llevarlo al interrogatorio. Todos los criados que se hallaban junto al fuego le miraron, seguro, severamente, con recelo, puesto que él, agitado, dijo: «No lo conozco». Poco después, alguien lo reconoció de nuevo como uno de los discípulos de Jesús y dijo: «Tú también eres de los suyos». Y él lo volvió a negar. Y por tercera vez, alguien se dirigió a él: «¿Acaso no te he visto hoy con él en el huerto?». Y él lo negó por tercera vez. Justo después de eso, cantó el gallo y Pedro, mirando desde lejos a Jesús, recordó las palabras que él le había dicho durante la cena… Las recordó, volvió en sí, salió del patio y rompió a llorar amargamente. El Evangelio dice: «Tras salir de allí, lloró amargamente». Así me lo imagino: un jardín tranquilo, muy tranquilo, y oscuro, muy oscuro, y en medio del silencio apenas se oye un callado sollozo…
El estudiante suspiró y se quedó pensativo. Vasilisa, que seguía sonriente, sollozó de pronto, gruesas y abundantes lágrimas se deslizaron por sus mejillas mientras ella interponía una manga entre su rostro y el fuego, como si se avergonzara de sus propias lágrimas. Lukeria, por su parte, miraba fijamente al estudiante, ruborizada, con la expresión grave y tensa, como la de quien siente un fuerte dolor.
Los trabajadores volvían del río, y uno de ellos, montado a caballo, ya estaba cerca y la luz de la hoguera oscilaba ante él. El estudiante dio las buenas noches a las viudas y reemprendió la marcha. De nuevo lo envolvió la oscuridad y se entumecieron sus manos. Hacía mucho viento; parecía, en efecto, que el invierno había vuelto y no que al cabo de dos días llegaría la Pascua. Ahora el estudiante pensaba en Vasilisa: si se echó a llorar es porque lo que le sucedió a Pedro aquella terrible noche guarda alguna relación con ella…

Miró atrás. El fuego solitario crepitaba en la oscuridad, y a su lado ya no se veía a nadie. El estudiante volvió a pensar que si Vasilisa se echó a llorar y su hija se conmovió, era evidente que aquello que él había contado, lo que sucedió diecinueve siglos antes, tenía relación con el presente, con las dos mujeres y, probablemente, con aquella aldea desierta, con él mismo y con todo el mundo. Si la vieja se echó a llorar no fue porque él lo supiera contar de manera conmovedora, sino porque Pedro le resultaba cercano a ella y porque ella se interesaba con todo su ser en lo que había ocurrido en el alma de Pedro.
Una súbita alegría agitó su alma, e incluso tuvo que pararse para recobrar el aliento. «El pasado -pensó- y el presente están unidos por una cadena ininterrumpida de acontecimientos que surgen unos de otros». Y le pareció que acababa de ver los dos extremos de esa cadena: al tocar uno de ellos, vibraba el otro.
Luego, cruzó el río en una balsa y después, al subir la colina, contempló su aldea natal y el poniente, donde en la raya del ocaso brillaba una luz púrpura y fría. Entonces pensó que la verdad y la belleza que habían orientado la vida humana en el huerto y en el palacio del sumo pontífice, habían continuado sin interrupción hasta el tiempo presente y siempre constituirían lo más importante de la vida humana y de toda la tierra. Un sentimiento de juventud, de salud, de fuerza (sólo tenía veintidós años), y una inefable y dulce esperanza de felicidad, de una misteriosa y desconocida felicidad, se apoderaron poco a poco de él, y la vida le pareció admirable, encantadora, llena de un elevado sentido.

Fin

FELICES PASCUAS, AMIGOS QUERIDOS. COMPARTAN SUS MEJORES SENTIMIENTOS, SU MEJOR MESA Y SU MEJOR TÉ.

TRES ESTRUCTURAS PARA UNA BUENA APRECIACIÓN

domingo, febrero 2nd, 2014

Yuan-Zhen-Poem

CUERPO, MENTE Y ESPÍRITU. Ya instalada en La Aurora Del Palmar, con mi taza de Kaifeng Imperial, en la cama, bajo el techo de troncos y el olor a pasto mojado, quiero compartir con ustedes esta traducción del poema de Yuan Zhen, de la Dinastía Tang. Es un «poema pagoda» con el primer verso escrito con una sola palabra, el segundo con dos, y así sucesivamente, formando un triangulo.

«Té.
Hojas perfumadas, brotes tiernos.
Musa de poetas, anhelado por sacerdotes.
Molido en jade blanco, tamizado a través de gasa roja.
Sumergido hasta que el licor de oro es liberado, se arremolina mientras la espuma blanca se eleva.
Portador de alegría bajo una luna pálida, dador de energía a la mañana siguiente.
Desde la antigüedad hasta hoy despierta las almas, encanta y refresca, da esperanza al mañana.»

Notas:
En la dinastía Tang, los tés se molían hasta convertirlos en polvo, en forma no muy diferente del matcha de hoy.

La palabra para la apreciación del té en China es hermosa: ‘cha pin’ (品茶). La palabra ‘pin’ (品) a menudo tiene connotaciones elogiosas: una persona de buen gusto se describiría como alguien con ‘pin wei’ (品味) y una persona de buen carácter como alguien con ‘pin ge’ (品格).

Es interesante que la palabra ‘pin’ también se escribe con 3 ‘kou’ (口), que es el carácter chino para la boca o la bocanada o trago. En la cultura china del té, una pequeña ‘pin ming bei’ (品茗 杯) o «taza de apreciación de té» se espera que sea consumida dentro de 3 sorbos o tragos.

Mañana les cuento de qué se trata esto. Y sí, me estoy empapando un poco más de la cultura del pueblo inmortalizado en la novela que, en breve, vamos a leer juntos, ustedes y yo.

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